Una consecuencia inesperada de la crisis de 1929: el fascismo
La crisis económica que se desencadenó a partir de la caída de la bolsa en Nueva York en octubre de 1929, trajo consecuencias diversas para las que se buscaron soluciones distintas. Para muchos analistas de este periodo, hubo dos formas de afrontar la crisis de 1929: el reformismo del llamado New Deal implementado por el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, y el fascismo. Éste fue un fenómeno surgido en el imperialismo, principalmente en los países de capitalismo tardío y patrocinado por los grandes monopolios; es racista y excluyente; sus fines son militaristas y agresivos.
Los países de capitalismo tardío llegaron con retraso al escenario dominado por el imperialismo; esto hizo que las contradicciones de su desarrollo se volvieran más profundas. Todo ello los dejó atrás en la carrera de la repartición del mundo y limitó sus mercados. Para superar las crisis, reactivar el aparato económico y emprender nuevas aventuras expansionistas, los monopolios del capitalismo tardío recurrieron a la política y al Estado fascistas. Cuando el régimen capitalista estaba amenazado por una nueva situación revolucionaria, los fascistas tomaron el poder aliados con el capital monopolista. El proceso continuó con la destrucción de las organizaciones obreras y socialistas, la creación de un Estado fuerte que absorbió los órganos del capital monopolista y reactivó industria pesada al servicio de la militarización. Surgió así una nueva oligarquía gobernante que asumió el poder económico y político que pretendía forzar a otra guerra imperialista, que conllevara a una nueva división de zonas de influencia. Podemos ubicar como países fascistas a Italia, Alemania, Japón, España y Portugal.