Después del fin de la Segunda guerra mundial y el Plan Marshall que se diseñó para la recuperación de Europa, el sistema capitalista comenzó su época dorada.
La fase de prosperidad denominada “edad de oro” correspondió principalmente a los países capitalistas desarrollados, que representaban cerca de tres cuartas partes de la producción mundial y más del 80% de las exportaciones de productos elaborados. Pese a que dicha prosperidad se dio en algunos países subdesarrollados como México, los beneficios de la misma no se repartieron equitativamente. La edad de oro fue un fenómeno mundial, pero la generalización de la opulencia quedó muy lejos del alcance de la mayor parte de la población mundial. (Hobsbawm, Eric, 1995)
Un fuerte proceso de industrialización se expandió por los países capitalistas, socialistas y los del “tercer mundo”. Cuando llegaron los años sesenta todos comprendían que nunca había existido un desarrollo igual. La producción industrial del mundo se cuadruplicó entre principios de los cincuenta y los setenta, y el comercio mundial de productos manufacturados se multiplicó por diez. Una causa clave de la edad de oro fue que el precio del barril de petróleo crudo saudí estaba por debajo de los dos dólares desde 1950 a 1973; esto provocaba que la energía fuese muy barata.