Existe un acertijo antiguo que pregunta: Si un enorme árbol cayera de una montaña y no hubiese nadie presente en el momento que eso sucedió, ¿habría sonido? ¿Tú qué dices? ¿Los hechos son independientes de que estemos conscientes de ellos? ¿Todo lo que sucede lo conocemos porque nos viene desde fuera, por ser “externo” a nosotros?
Observa las siguientes imágenes:

Es una experiencia común. Dos personas probando la misma salsa picante, a una le sabe picantísima, mientras que otra no. ¿Es o no picante esa salsa? ¿Dónde está la verdad, en la experiencia o en las cosas por sí mismas, independientemente de quién experimente?

Si la verdad es conocer el ser de las cosas en su realidad, pero a las cosas las percibimos nosotros, ¿en dónde está la verdad, en la experiencia en que tenemos contacto con las cosas, o en nuestra mente? Pero si nuestra experiencia depende de nuestra forma de ver las cosas, esto es, de nuestra mentalidad, podemos preguntarnos: ¿la experiencia es independiente de sus objetos o de quien la vive?

Esta corriente filosófica explica que todo lo aprendemos en la experiencia, que nacemos como un cuaderno en blanco en donde todo tiene que escribirse. Para poder enterarnos de que hay un mundo tenemos que percibirlo.
Un invidente o un sordo de nacimiento no pueden saber que existe el color o el sonido, respectivamente, porque no tienen noticia de él. Los sentidos son el inicio de nuestra percepción del mundo, de manera que todo conocimiento comienza con la experiencia sensible de las cosas.

¿Podrías describir algo que nunca has visto, hablar de un cuento que nunca has escuchado ni leído, recomendar un sabor que nunca has probado? Es evidente que muchos conocimientos dependen de la experiencia, como el sonido de un árbol al caer, pero ¿todos los conocimientos dependen de la experiencia? Los empiristas como John Locke (1632-1704) y David Hume (1711-1776) dicen que sí. Sin embargo, ¿de qué tipo de experiencia resultan las ideas del punto, la línea, las figuras geométricas o todas las de tipo matemático? No existen árboles de pentágonos, ni plantas de puntos. Este tipo de ideas no puede depender de las experiencias.

El racionalismo, como su nombre lo indica, explica que el conocimiento y la verdad dependen por entero de la razón. Esto por dos razones. Una es que los sentidos nos engañan; la segunda es que las experiencias dependen del muy particular modo de ser o personalidad de cada uno, de su circunstancia, de su formación y conciencia histórica.
Hagamos un experimento para mostrar la idea de que confiar en los sentidos no es la mejor vía para la verdad.

Activa la siguiente liga. Verás una imagen en movimiento. Ponla en pantalla completa y observa el centro por un minuto. Inmediatamente fija la vista en un objeto frente a ti, en lo que hay en la pared, en un sillón, en un estante y verás que sucede.

Si es verdad que los sentidos nos engañan, entonces no podemos emplearlos como instrumentos para la verdad. Esto es lo que decía René Descartes (1596-1650). Debemos buscar los principios del conocimiento firme en aquello de lo que no podemos dudar, en la precisión y exactitud de las ideas que son claras y distintas; claras porque nadie puede dejar de verlas como son, y distintas porque no se confunden con ninguna otra. Descartes encontró el modelo de la verdad en la matemática. La aritmética y la geometría no dependen de los sentidos, las opiniones personales, las apreciaciones o los estados de ánimo; que 2+2=4 o que existen las líneas recta y circular son verdades claras y distintas. Pero si estas no dependen de los sentidos, entonces deben estar en nosotros de manera innata, las tenemos desde que nacemos. Así, el racionalismo explica que el conocimiento está en las ideas y el origen de estas es innato, no adquirido.