No fue sino hasta Aristóteles que el conocimiento de la naturaleza logró unir subjetividad y objetividad de una forma necesaria. Para este gran filósofo griego, todo lo que podemos saber sobre la naturaleza se muestra en ella misma si se le observa con cuidado. Aristóteles pensó que todo lo natural es lo que se mueve por sí mismo: nosotros, las plantas, los animales, somos naturales, pero no las bancas, los edificios o los aviones. Lo que se mueve por sí mismo tiene una forma de ser propia y específica. Una semilla de maíz que se siembra germinará, enraizará, dará tallo, hojas y frutos de maíz, y no de frijol o de manzano. Todo lo natural tiene capacidades o potencias para ser lo que es; su finalidad está en ser lo que es y esa finalidad dirige todos sus movimientos.

Observa los siguientes videos sobre la germinación de las plantas.

Así, en cada momento del crecimiento, desarrollo del desarrollo y de la posterior estabilidad de un ser viviente en su madurez hasta su decaimiento y eventual muerte, siempre es lo que es, digamos, por ejemplo, semilla de maíz, germinado de maíz, plantita de maíz, maíz creciendo, maíz fructificando, mazorca de maíz, rastrojo de maíz…

Lo que Aristóteles descubrió es que el ser es lo que se observa en el trabajo continuo de estar siendo uno mismo, en el desarrollo de las potencias o posibilidades propias, y que el conocimiento objetivo es el que comprende las cosas según se manifiestan ellas mismas, sin poner ni quitar nada de lo que muestran siendo lo que son o comportándose como lo hacen, sin intervención alguna de la personalidad del sujeto. Cualquier intervención del sujeto en lo natural lo alteraría, de manera que tendría un objeto de estudio violentado, forzado a comportarse como no lo hace por sí mismo. En estos casos, lo estudiado no sería ya propiamente natural ni el conocimiento adquirido objetivo, no desde la forma de Aristóteles de entender la naturaleza.